martes, 29 de julio de 2025

QUEL, CALLE LA IGLESIA.


 

En esas calles aledañas a la iglesia jugamos de pequeños en alocadas carreras y gritos. No nos gustaba la siesta y, con toda la calor del mundo concentrada allí, salíamos sin temor a nada. Eran calles empinadas, con pendiente, con unas líneas hundidas para que las caballerías pudieran casi trepar. Cuando llovía, esas tremendas tormentas de verano que apretujaban el corazón y estallaban en la peña, corrían ríos de agua y los barcos de papel, que construíamos con rapidez, comenzaban un viaje sin retorno hasta encallar muchas calles más allá, cuando cesaba la corriente. Sencillamente, era cojonudo. 

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